El cierre de la verja de Gibraltar, 50 años de una herida que aún duele

“Aquello fue un trauma difícil de explicar”, dice a EFE Juan Carmona, alcalde de La Línea de la Concepción (Cádiz) cuando, trece años después, el 14 de diciembre de 1982 el Gobierno de Felipe González ordenó la apertura de la verja de la colonia británica para peatones, que se completaría dos años después, en 1985, con el permiso para la circulación de vehículos y mercancías.

El cierre se produjo exactamente una semana después de que entrara en vigor la Constitución de Gibraltar de 1969, que se proclamó dos años después de que los gibraltareños votaran en un referéndum masivamente seguir vinculados a la corona británica.

La respuesta de Franco había sido, más o menos, anunciada y por eso los días antes, hasta la tarde anterior, muchos de los cerca de 5.000 españoles que trabajaban entonces en Gibraltar cruzaron la Verja de vuelta a casa “algunos llorando”, con sus cajas de herramientas, sabiendo que perdían el trabajo, recuerda el maestro, periodista y escritor linense Juan Macías, que entonces tenía 22 años.

La Verja, considerado el paso fronterizo más pequeño del mundo, se cerró a medianoche, sin mucho ruido. “Quizá no éramos conscientes de lo que iba a suponer”, señala Macías.

Las restricciones decretadas por Franco se habían ido sucediendo. En 1966, por ejemplo, se impidió que las mujeres de La Línea, unas 3.000, siguieran trabajando en la colonia británica.

Pero ambos pueblos, como vecinos, podían seguir viviendo su particular simbiosis, porque, además de las relaciones laborales, había lazos incluso de sangre ya que la mayor parte de las familias tenía miembros a los dos lados de la Verja.

En 1969 el cierre hizo que aquellas familias ya no pudieran verse dando un pequeño paseo. Desde entonces tenían que hablarse a gritos y verse salvando los casi cien metros de distancia que había entre las dos aduanas.

Para poder juntarse había que tener dinero suficiente para viajar a Tánger y desde allí tomar un barco.

Se cortaron también todo tipo de comunicaciones: las cartas, en lugar de recorrer menos de diez kilómetros, tenían que viajar hasta Londres y Madrid para llegar a La Línea o Gibraltar y el teléfono dejó de funcionar.

José María Yagüe, que a finales de los 70 era radioaficionado en La Línea, ofreció un día a una vecina que tenía a su hermano en Gibraltar la posibilidad de comunicarse con él a través de su emisora, un aparato que estaba prohibido.

“Se corrió como la pólvora”, cuenta este periodista que desde entonces, durante años, facilitó el medio a muchos vecinos.

Algunos se vieron forzados a desafiar el bloqueo, como el linense Manolo Márquez, que decidió quedarse a vivir en Gibraltar para tener un trabajo y poder estar con su hermana y que un día recibió la noticia de que su padre había muerto.

Con la necesidad de estar junto a su madre en el entierro de su padre se lanzó al agua primero para tratar de pasar a nado.

Se asustó al escuchar algo parecido a un disparo y, sin pensárselo dos veces, salió del agua y fue a la Verja y la saltó. “Con los nervios no podía ni hablar”, recuerda, mientras cuenta que los guardias del control finalmente se apiadaron de él y le dejaron ir al entierro, aunque como detenido.

Gibraltar “lo pasó mal pero logró sobrevivir”. “Se reinventó”, explica el historiador Jesús Verdú. La colonia se dirigió a Marruecos para surtirse de la mano de obra y los suministros que antes obtenía en España.

El cierre, para este profesor de Derecho y Relaciones Internacionales, fue el “error más grave” de la política española en la zona.

“La población gibraltareña antes del cierre hablaba español, su prensa era en español, se identificaba con el contexto español más que con el británico”, explica el historiador, que cree que una de las claves por las que los gibraltareños en el referéndum de 1967 optaron por pertenecer a la corona británica fue porque “el régimen franquista, visto como una dictadura feroz, no les resultaba apetecible”.

El cierre de la verja ayudó, según Jesús Verdú, a que los gibraltareños cambiaran “radicalmente” sus sentimientos por España y a que se creara “una seña de identidad en la población gibraltareña”.

Lo mismo opina el exalcalde Juan Carmona: “los gibraltareños se entregaron a su metrópoli, a Reino Unido. Si había alguna posibilidad de que se sintieran españoles Franco la cortó de raíz”, opina.

Las consecuencias fueron peores para La Línea, una ciudad que dependía económicamente de la colonia británica.

En dos años perdió la mitad de su población. Se calcula que unas 36.000 personas, cinco mil familias, se marcharon. Muchos a buscar trabajo al extranjero (en Londres llegó a haber una colonia de 10.000 linenses y hasta una calle con el nombre de la localidad española), y otros a otras ciudades españolas porque el Estado buscó puestos en la administración para los menores de 55 años que se habían quedado sin trabajo con el cierre.

Cincuenta años después, aquella etapa de incomunicación permanece en la memoria de los vecinos de la zona.

En ambos lados de la Verja se han organizado exposiciones de fotografías y charlas y debates para recordar este aniversario, cuando, en el ambiente, planea la incertidumbre sobre qué consecuencias tendrá para estos vecinos y su pequeño paso fronterizo el “brexit”.

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