Los flamencos dejan su alma en la noche del cante del Encuentro Internacional Paco de Lucía

Y llegó el turno del cante. En su cuarta jornada, el Encuentro Internacional de Guitarra Paco de Lucía dedicó como todos los años una noche a los flamencos, a las voces más representativas del panorama musical de este arte. Y, a pesar de que el cielo se debatió durante toda la noche ante la amenaza de la lluvia, lo cierto es que finalmente se cerró una noche espléndida y un espectáculo que encandiló al público del parque María Cristina.

A diferencia de otras músicas, el flamenco son muchas músicas en una. Las diversas formas en las que el cante se manifiesta tienen que ver con la infinidad de interpretaciones y de personalidades cantaoras como ha habido en la historia. Y la noche de este sábado ha sido un claro ejemplo de ello, con cuatro artistas completamente diferentes entre sí, cada uno de los cuales plasmó en el escenario del parque su propuesta y su discurso.

Sin embargo, no fue el cante el que sorprendentemente abrió el espectáculo, sino que lo hizo la guitarra. El jerezano Miguel Salado, una de las dos sonantas previstas en el cartel, abrió boca presentando una rondeña de su próximo disco. Un preámbulo instrumental que sirvió para no dejar en ningún momento de tener presente a Paco de Lucía en el sentir del evento. Empapado de la escuela de guitarra jerezana, Salado dejó sin embargo en su rondeña multitud de movimientos en los que era imposible no evocar el inmenso legado del genio de La Bajadilla.

Y tal y como estaba anunciado, llegó el turno del cante. Y comenzó con la veteranía de Pansequito, un viejo conocido de la afición del Campo de Gibraltar, que incurrió en su personalísimo estilo en todo lo que hizo sobre el escenario. Comenzó por alegrías, uno de los palos en los que más le reconoce el público y a los que más ha sabido sacarle sabor el linense en sus particulares creaciones de cante, alargando y modulando los tercios hasta hacer un sonido completamente suyo. Estuvo más parco Panseco por soleá, y se detuvo rebuscándose en una tanda de tarantos donde ya se acercó más a los cantes clásicos. Fue de menos a más el cantaor de La Línea, hasta rematar por bulerías nuevamente destilando sus originales formas cantaoras. Con el paso de los años, el timbre y el sello de Pansequito suenan con más sabor.

Antes del descanso, le tocó el turno a Aurora Vargas. La de la cantaora sevillana fue una actuación de rotundo calado en el respetable. A sus 63 años, Aurora dejó sobre el escenario un derroche de fuerza y de cante y baile empapadísimo de ese estilo canastero que la hizo famosa desde joven. Comenzó por tientos para entrar pronto en su espectáculo con un cierre por tangos a su más puro estilo. No se escondió la sevillana, que actó seguido se metió con unas siguiriyas de ejecución impecable. Y terminó dejándose el alma por bulerías. Un auténtico torbellino que mantiene intacto con el paso de los años, en el que cante y baile se entremezclan, se interrumpen, dejándose llevar por los impulsos de ese genio de la sevillana que hace de su presencia en el escenario un auténtico espectáculo. Estaba a gusto, y se le notó en su despedida por fandangos y nuevamente por bulerías. Un alarde de derroche que encandiló al respetable.

Tras el descanso, el cante volvió a mutarse en el escenario con la voz y el sonido de María Terremoto. Un derroche de facultades en una voz limpia y rotunda la de la jovencísima cantaora jerezana. Después de haber escuchado la exquisita guitarra de Miguel Salado, María se acompañó de la también jerezanísima guitarra de Nono Jero, que sonó aún más eléctrica y gitana. Empezó por bulerías por soleá, donde María Terremoto demostró lo que significa ser de Jerez y seguir elevando a los altares de la música esos estilos que saben preservar como en ningún rincón de la geografía flamenca. Sello que, además, rezuma en la voz de María con los recordados ecos de su padre y su abuelo. Al primero de ellos le dedicó además algunas de las letras que hizo por bulerías, donde María se adueñó del escenario y donde demostró las razones de un éxito que le acompaña en los últimos tiempos de forma incontestable. Una cantaora completamente hecha, que asombra por la majestad de su cante y de su presencia en el escenario a pesar de sus 19 años. Triunfó también María Terremoto ante el público de Algeciras, en una noche que estaba yendo a más, y que empezó a calentarse con la ovación a Aurora Vargas.

Pero todavía quedaba espacio para el cante. Y en esas llegó, escoltado por Miguel Salado, Perico El Pañero al escenario. La simple presencia de su espigada figura ya evoca otros tiempos. Se sentó y tuvo unas palabras hermosas para el evento y para Paco de Lucía, a quien dedicó su primer cante. Por soleá. Con Perico ya no era el turno del espectáculo ni de la galería. Era el momento de rebuscar en las entrañas del cante para sacarle toda la verdad. Se movió por la soleá sin florituras, sin buscar el efecto, simplemente avanzando sobre los tercios con toda la jondura y el reposo que tiene este majestuoso palo. Poco a poco se fue metiendo en la actuación, sin ninguna prisa. Y su voz ya sonó más rota, más redonda, en la tanda de fandangos con los que continuó. Fandangos como se cantan en la casa de los Pañero, a compás, sin perder nunca la senda del golpe, pero retorciendo sus tercios para sacarle los sonidos más gitanos y dulces. Fandangos que evocan una forma en desuso, la de Manuel Torre, la de Carbonerillo, la de Tomás Pavón o la de Pepe Pinto. Perico camina por esas formas cantaoras de finales de siglo XIX y principios de siglo XX como un profeta de la verdad del cante, rescatando sonidos y estilos impregnados de belleza y de profundidad. Y así siguió, creciéndose poco a poco, hasta llegar al cierre por bulerías, donde, como siempre, volvió a sacar a la gente de sus casillas. Bulerías festeras, despacito y a compás, aderezadas de ese baile gitano que se mueve lo justo para arrancarle al aire la pureza con los brazos y los pies. Letras y estilos que no se le habían escuchado, extraídos de esa enciclopedia que es su vivencia familiar, con los que sacaba el ole al tiempo que la sonrisa, destilando entre letra y letra todo el sabor de los grandes festeros, como Paco Valdepeñas o su padre El Pañero. Dicen que el de Perico es un cante para los entendidos, pero lo cierto es que no hay público que le pongan por delante que no termine retorciéndose de gusto. Para emborracharse.

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