La democracia en peligro. Por: Ángel Luis Jiménez

IAM/ALJ Nuestro mundo parece haber entrado en ebullición. Varios populismos autoritarios han accedido al poder en países como Estados Unidos, en América o la India, en Asia.

 

Y en Europa Italia, Polonia, Hungría y Austria, están en manos de enemigos de la democracia, sin olvidarnos del peligro de Le Pen, en Francia o Vox, en España. Como resultado de todo ello, la democracia misma está en grave peligro, porque el pluralismo político como forma de gobierno sufre la amenaza de la desigualdad, la xenofobia y las redes sociales. Ahora las democracias ya no caen por golpes militares, sino a través del voto. Nace así lo que los académicos han venido a llamar democracias iliberales, que con frecuencia derivan en dictaduras. 
Dos libros recientes analizan estos hechos: “Cómo mueren las democracias” (Ariel), de Steven Levitsky, y “El pueblo contra la democracia” (Paidós), de Yascha Mounk. El primero se centra en el fenómeno Trump, en el contexto de una historia nacional que ya tuvo hace un siglo el precedente de Henry Ford, el más notorio antisemita de su época y el único norteamericano citado por Hitler en el Mein Kampf, al que la cúpula del Partido Demócrata excluyó de la carrera presidencial. En el segundo, mantiene Yascha Mounk, profesor en Harvard, que hoy la democracia liberal se resquebraja porque estamos separando sus dos componentes esenciales: La democracia, que asegura el respeto a la voluntad popular, y el liberalismo que asegura el respeto a las leyes y por tanto la igualdad de derechos.
Además, Mounk destaca tres causas que han confluido en la pérdida de prestigio de la democracia: la ruptura del papel dominante de los medios de comunicación, que limitaban la difusión de ideas extremas y creaban un espacio de valores compartido; el estancamiento de la economía familiar durante los últimos treinta años después de varias décadas de crecimiento acelerado; y la creciente hostilidad de los sectores más desfavorecidos hacia inmigrantes de otros grupos étnicos o religiosos a los que acusan de su pobreza. El riesgo de pérdida de identidad se invoca incluso en países como Polonia o Hungría, con índices muy bajos de inmigración. A juicio de Mounk, en esta época, la democracia tiene dificultades de convivencia con la diversidad étnica, es decir, con gente de otras razas, lenguas o culturas. 
El compromiso con la democracia está vinculado a juicio de estos autores a una expectativa de mejora económica, que no es el caso con la crisis económica que no acaba de irse. Hace medio siglo, cada generación duplicaba el bienestar alcanzado por sus padres. En los últimos treinta años se ha producido un estancamiento con el que prometen acabar los populistas de cualquier signo: la solución es fácil, dicen, si no la aplican es porque están sometidos a intereses ajenos al pueblo. Otra mentira que el pueblo cree. Pero el peligro grave, es que en países de larga data democrática cada día gana más adeptos la conveniencia de un “líder fuerte” que aplique soluciones sin someterse al control de la oposición y de las instituciones de un Estado democrático: Parlamento y Justicia. 
Las dos obras coinciden en señalar a las redes sociales como la madre de todos los populismos. Una tecnología virtualmente liberadora ha roto en añicos el espacio de debate público y se ha convertido en incontrolable plataforma de ideologías del odio, falsedades y mentiras. Las redes han multiplicado hasta el infinito el tráfico de información falsa en todas las plazas del mundo utilizando los bots con extraordinaria eficiencia. Ninguno de los autores se atreve a señalar cómo combatir eficazmente a este genio que ha escapado de la lámpara. Este nuevo escenario planetario de la libertad no puede ser regulado por los directivos de las redes ni por las autoridades políticas. Así que esa batalla seguirá librándose en las redes. El problema es que los jóvenes que debían darla tienen una fe menguante en la democracia. 
Quien no quiera ver que la democracia está en peligro es que no quiere ver la realidad. La pregunta es si los defensores de ese sistema político, que ha hecho más que cualquier otro por extender la paz, la libertad y la prosperidad en el mundo, estamos dispuestos a defenderla de sus enemigos como lo estuvieron nuestros antepasados en los años treinta. Y aquí la respuesta tampoco está clara, cuando debería estarlo.

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