I am a Takeshi Jitaner

Whatever y su compañera, la encantadora Sonia, estaban en la barra; los pillamos cenando. No pude decir no a aquellos bocatas “Takeshi” porque estaban hechos como a mí me gustan, con ingredientes de calidad y cariño. Cinco euros con cerveza incluida, jamás un festival me dio tan bien de cenar.Detrás de la barra una bomba de sex appeal con look alternativo. Dos chicas, de aspecto dulce y peligroso y un chico de anuncio publicitario casi me hacen olvidar que estoy enamorada. Dejé mis fantasías eróticas para otro momento y nos fuimos al césped, a fumar el cigarrito de después de cenar.Hace años que deserté de las guitarras eléctricas buscando en la electrónica y el jazz lo que ellas me daban. Pero tenía ganas de bailar y los muchachos de Blooming Látigo supieron sacar la fiera que llevo dentro. Ver dos baterías me hizo intuir que aquellos chicos iban a liar la grande en su primer concierto.La pasión de su cantante (y el cigarrito de después de cenar) me llevaron a los setenta, donde pude ver a un jovencísimo Iggy Pop entrenando para convertirse en mito. Me estoy haciendo mayor y, aunque entiendo que los guitarristas quieran mirar a sus compañeros de banda, me jode bastante esta moda de que me den la espalda. Afortunadamente encontré un hueco en el lateral desde donde pude apreciar sus dedos siguiendo el ritmo vertiginoso de cuatro baquetas.La música de Scottie Lo-fi sonaba tentadora pero la luna me llamaba desde el Jardín. Compartí con ella mi Cruzcampo® junto a la puerta, por la cual escapaban los sonidos hipnóticos del Dee Jay Algecireño. Me encontré con The Crrrrrrl, que me habló de una nueva línea de camisetas que tiene en proyecto; ya le he pedido que me reserve una. Estuve a punto de marcharme. Necesitaba mi última cerveza en el jardín, pero en el de mi casa, con Stan Getz de fondo. Al despedirme de Sonia me habló de la genialidad de Viaje a 800 y me dejé seducir. Aitor también se quedaba. Alguien me dijo que la velocidad que alcanza un cuerpo al caer al vacío era de ochocientos kilómetros por hora, de ahí el nombre del grupo, Viaje a 800. Me pareció bello y, cuando algo es bello, no necesita ser verdad.Gracias, Sonia, por impedir que cometiera la estupidez de renunciar al arte de aquellos monstruos teniéndolos tan cerca. La fuerza del grupo anterior pero con diez años más de carretera, y lo mejor, conservaban la pasión. Sonia me habló de que habían sido cabeza de cartel en el Azkena Rock y no me extraña. El batería, prodigioso hombre orquesta a mil revoluciones por minuto, me dejó con la boca abierta con su frenético espectáculo de hard rock jazz que desinhibió a la gente hasta volverla loca. Tuve que marcharme porque las fuerzas no me daban para más pero de vuelta a casa, escuchando a Le Punk, imaginé el Kabuki como aquellos garitos marginales de Nueva Orleáns en los años veinte donde negros y negras bailaban poseídos por la música rozando la piel de sus cuerpos en noches de calor asfixiante. Ya estoy mayor y mi cuerpo no resiste dos fiestas seguidas así que esta noche me quedaré en casa pensando que, el verano que viene, haré un esfuerzo y disfrutaré el quinto Takeshi de principio a fin. A ver si así consigo escribirle la crónica que se merece.

Una crónica de Poison Ivy

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