Un curso político de alta tensión. Por: Ángel Luis Jiménez.  

Este curso político presenta novedades como el final del “efecto Ayuso”, la absorción del voto de Ciudadanos y la correlativa recuperación de la iniciativa política por parte del Gobierno de Pedro Sánchez ondeando la bandera social como mejor exponente de la recuperación económica.  

Su principal activo reside en el impulso ganado con la mejora de los efectos de la pandemia con más del 70% de la población vacunada, el inicio del sistema educativo a pleno rendimiento, la recuperación económica y, sobre todo, el recién adquirido perfil más internacional del presidente del Gobierno. 

Lo más relevante de este giro es que la oposición estaba fuera de juego. Y arrastrando el dilema estratégico de la legislatura pasada: más ideología o más gestión. En los últimos días, Pablo Casado ha optado por el tono duro acusando a Pedro Sánchez de buscar fotos en la crisis de Afganistán. 

No entiendo por qué trata de emborronar la cuestión afgana, que sin duda ha encontrado una enorme simpatía en nuestra opinión pública, incorporando críticas de mal tono donde no corresponde. O sea, que va a porfiar en la misma estrategia a pesar del cambio en la situación circunstancial.  

Con esto ignora una de las principales máximas de la acción política, su imperiosa necesidad de ajustarse a las contingencias de cada momento; seguir con piñón fijo cuando cambian las oscilaciones del terreno solo puede conducir a un esfuerzo inútil. Además, los barones del partido le están pidiendo una estrategia más moderada y centrada en la economía. 

No se comprende la falta de previsión ante el bonus de los fondos europeos y el control de la pandemia a través de la vacunación masiva. Era obvio que el Gobierno iba a “revivir” en esta segunda parte de la legislatura. Y el cambio es lo bastante relevante como para obligar a ejercer la oposición de otra forma.  

Pero el PP es incapaz de salir de sus inercias, en particular de ese tono despectivo mediante el que oculta su falta de ideas para presentar alternativas a las leyes de la coalición. Y sigue con esa definición del presidente como “el mal” a partir de la cual todo lo que emane de su dirección está ya contaminado por el estigma.  

El PP no evalúa las acciones del Gobierno. El sentido de la oposición no es, empero, decretar quién es el bueno o el malo; consiste en ofrecer alternativas o, al menos, críticas constructivas; más aún en estos tiempos tan descorazonadores de falta de dialogo y acuerdos. 

Creo que el PP no ha sabido hacer una lectura correcta de la mayor transformación política habida en España en las últimas décadas, el empoderamiento de las autonomías. A efectos de lo que ahora nos interesa, esto significa que es posible ejercer una oposición diferenciada y plural dentro del mismo partido. 

Por un lado, como dice el politólogo Fernando Vallespín, está el “modelo Ayuso” y, por otro, el “modelo Vivas” de Ceuta o el de Feijóo en Galicia. Uno de confrontación directa y permanente, otro más cooperativo. Génova optó por el primero para su estrategia de oposición general, pero no puede evitar que salga a la luz el contraste.  

Y el caso de Ceuta constituye, a nivel micro, lo que echamos en falta en el macro, el abordaje conjunto de problemas y la búsqueda de solución a los problemas por encima de las discrepancias. En otras palabras, saber cuándo hay que cooperar y cuándo disentir. ¿O prefiere la oposición que no se resuelvan los problemas con tal de proporcionar un revés al Gobierno? 

Mensaje 20 de 751

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *