‘En todos sitios hablan de lo malo, yo hablaré de lo bueno’.

IAM/IT Hay un lugar al sur del sur en el que el viento de levante trae aromas a Mediterráneo y alcornoque y el poniente huele a Atlántico y enebro. Dos parques naturales contemplan sin sentirse amenazados cómo grúas y hombres ganan la batalla al sueño y a los temporales. ¿Cómo no iba a crecer salvaje nuestra arquitectura viviendo junto a la última de las selvas del sur de Europa?

 

En este lugar único entre dos continentes nace el Mediterráneo de Serrat y las mareas limpian cada tres días las orillas de la bahía. El peñón de Gibraltar regala un par de minutos de sueño; solo aquí amanece tan tarde.Dónde si no navegar entre delfines y ballenas. Por dónde si no iban las aves y los árabes a cruzar el Estrecho para volver a casa en el largo verano. Dónde si no se puede encontrar el barullo logístico de la arteria que mantiene con vida a la vieja Europa y la tranquilidad del pueblo de toda la vida. Dónde si no poder ver las dos columnas que separó Hércules al sentirse traicionado y divisar, como si África estuviese al alcance de tu mano, la Montaña de la Mujer Muerta. Dónde si no iban a desembarcar los vikingos en su glorioso sueño. ¿Cómo no querría alguien venir?Cómo ocultar la fuerza y resiliencia de sus gentes; el tatuaje indeleble y la cicatriz invisible que deja en la piel del alma ver tu ciudad destruida una y otra vez; el gesto paciente en la mirada del que se ha visto abandonado por ese rompeolas de todas las Españas al que no llega nuestro mar.Cómo no ofrecer el cálido abrazo abierto y andaluz al forastero que llega cansado del viaje a este enclave mágico y transitado. Cómo no amar la gastronomía rendida ante la batalla que ha ganado el producto fresco del mar, de la huerta andaluza y la vaca retinta; las cabras payoyas y el pan de Pelayo, cómo no aderezarlo todo con la influencia marroquí.Algeciras es soñar con otra era en el Patio del Coral, ver caer el sol tras la Sierra de la Luna y adivinar en el atardecer la silueta del pecho de una mujer con el Pico del Fraile como pezón. Pasear la quietud del barrio de San Isidro y comprender cómo el genio de la guitarra Paco de Lucía pudo componer esa obra maestra al sentarse entre dos aguas en el Faro de Punta Carnero.También lo es enamorarse mil veces en la infinita noche algecireña, vivir los partidos de la selección española en días -y noches- de Feria Real donde unas niñas pintarán tu cuerpo y tu corazón con la bandera rojigualda. Saberte “especial” estés donde estés por haber pasado por aquí. Vivir en agosto la única romería marítima de España en una fiesta de agua, risas y sol. Refugiarte en ese pequeño bastión en el que los Tosantos le ganan la partida a Halloween. Saber que los Reyes Magos -pese a todo- vendrán porque los niños vencerán un año más al gigante Botafuegos.Vivir Algeciras es ver con lágrimas en los ojos que la Semana Santa es pasado y futuro. Felicitar la Navidad a cada conocido o desconocido con un día de antelación cuando toda (toda) la ciudad se lanza a la calle; ya sea en el Llano Amarillo, en la calle Trafalgar o en la Plaza Verboom. Morir de alcohol y llanto en la Asociación de Cante Grande de la Bajadilla. Maravillarte de la arquitectura sin columnas del Mercado Ingeniero Torroja. Perderte en la naturaleza virgen del Río de la Miel y la Garganta del Capitán a cinco minutos del alboroto de la ciudad.Para conocer Algeciras hay que esconderse en cada búnker de una guerra anticipada por el Caudillo gracias a -o por culpa de- información espía británica, celebrar cada triunfo del Algeciras C.F. en la Rotonda del Milenio, ser la última -o la primera- estación de ese tren que esperamos llegue pronto. Remar en una barquita entre la marisma y el estuario hasta la desembocadura del Río Palmones siendo custodiado por dunas de arena blanca.Ser de Algeciras es saber que son tuyos -porque también lo son- los castillos de Castellar y Jimena, los bares de La Línea, la feria y romería de Los Barrios, el Pinar del Rey de San Roque y los veranos en Tarifa. Salir a correr por el Paseo de Rivera -o ruta del colesterol- con los contenedores de cuarenta pies del puerto como telón de fondo. Caminar entre las Murallas Meriníes que hace ocho siglos protegían a los árabes de los cristianos. Contar los cientos -miles- de colores que regala la Plaza Alta a todo aquel que se siente a ver pasar la gente, las palomas o la vida.Pero, por encima de todo, consiste en descubrir con alegría que la felicidad se encuentra en aquello que forma parte de ti; la luz, la bahía y la humedad.Iulia Traducta, Al-Yazira al-Jadra, la Isla Verde.

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