Gracias, Paseo de la Cornisa (Algeciras no te escondas)

Yo, por mi parte, no soy de hacer más deporte que ese que practican dos o más personas en una cama, en un sofá, en el asiento trasero del coche o en el probador de unos grandes almacenes. Pero odio conducir, odio buscar aparcamiento, odio contaminar y odio gastarme en gasolina la pasta que podría invertir en tapas y Cruzcampo, así que casi siempre que voy al centro lo hago paseando. Gracias, Paseo de la Cornisa, por llevarme del Rinconcillo a La Terraza sin ver un solo coche, regalándome el paisaje de esta tierra verde y azul.Me gusta dirigirme a la ciudad y cruzarme con su gente de camino. Me gusta ver a hombres y mujeres de todas las generaciones practicando actividades saludables, personas especiales que prefieren sudar un poco antes que pasar la tarde contaminándose el espíritu delante de la tele. Me gusta ver a la gente mayor (y no tanto) en esa suerte de gimnasio al aire libre del que toda la ciudad puede disfrutar. Sí, me gusta. Y es que nos lo llevan diciendo desde la antigüedad: “Mens sana in corpore sano”. Pero el Paseo de la Cornisa es mucho más que otra “ruta del colesterol”. Es una ventana a las pistas de atletismo, activas por la mañana e hiperactivas por la tarde, una invitación a la población Algecireña a llevar una vida sana. Es el camino al Club de Petanca, una ruta de pequeños parques infantiles, el lugar donde los “skaters” y los “bikers” tienen su minipista para hacer cabriolas sin llevarse por delante a ningún viandante, una concatenación de miradores a la Bahía con prismáticos de uso público, un lugar para sentarse a conversar entre ires y venires de sonrisas andaluzas (y de algunos pulmones tratando de recuperar el aliento). Es, también, un discreto punto de encuentro nocturno para hombres que buscan abrazos huyendo de aquellas miradas condenatorias que los relegan a una injusta clandestinidad.Pero hay dos puntos en el paseo que siempre me llevan a la reflexión. Uno de ellos es el campo de fútbol y el otro el muro trasero del antiguo cementerio. El campo de fútbol es el único donde he podido ver equipos infantiles mixtos y eso me hace sentirme orgulloso de mi ciudad. Me explico; creo que hay que luchar contra la educación patriarcal, que separa a chicos de chicas haciéndoles creerse a ellas más débiles y a ellos menos sensibles, porque es la responsable de muchas de las hirientes desigualdades de género. Ver a niños y niñas jugando en el mismo equipo me hace mirar con ilusión a un futuro más justo, donde las mujeres puedan ser presidentas del gobierno y los hombres llorar en público.La reflexión a la que me lleva el muro que delimita el cementerio es mucho menos positiva: una cosa es el noble y respetable arte del grafitti y otra un retardado mental con un spray dibujando monigotes con penes desproporcionados, escribiendo el nombre de la novia de turno o sentencias propagandísticas vacías de contenido. Siempre que paso junto al muro ensuciado por las pintadas no veo más que un enorme lienzo desaprovechado. Imagino un mural enorme que mira al mar, un mural solemne pero alegre, que sin perder el respeto a los seres queridos que nos abandonaron, lance un mensaje positivo. Al fin y al cabo es el muro que hay detrás del cementerio y se supone que detrás de la muerte se esconde el paraíso.Para acabar el paseo con la cabeza bien alta, sacando a relucir mi orgullo algecireño, me encuentro con dos construcciones vecinas pero muy diferentes: el edificio “Zen” de la Cámara de Comercio y un elegante garito con terraza, haima y vistas a la Bahía, un local del que ya quisieran disponer las noches veraniegas de muchas capitales europeas.La Cámara de Comercio, exponente de la arquitectura moderna en Algeciras, además, nos ofrece una exposición que no trata sobre el dinero ni sobre los beneficios económicos sino sobre la cultura árabe en España. Y es que hasta la Cámara de Comercio aquí parece ser especial.También me gusta ver pasear a los perros, especialmente a esos simpáticos cachorrillos. Lo que me gusta bastante menos es ver como las personas que pasean con ellos me obligan realizar mi recorrido esquivando sus excrementos. A lo mejor todos y todas podríamos hacer algo para contribuir a que la gente deje de decir que nuestra ciudad es fea.

Sr. Gilmore

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